En la isla de Barbados habito un hombre muy rico en quien habitaba el deseo de ser sepultado de una manera un poco inusual. No habría de ser sepultado en el cementerio sino que sería enterrado en una cueva junto a dos familiares. Se dispuso todo a su voluntad y por mucho tiempo yació allí de manera ininterrumpida. Los fantasmas se alimentaban en las conversaciones de la gente, gracias a que, en una exhumación de dichas tumbas, estas se encontraron movidas de lugar por si solas. Las distancias en las que habían sido enterradas no eran ya las mismos y la tumba seguía solemnemente tapiada.
Espectrales seres coexisten en las Antillas y en el Caribe, abonados por las costumbres africanas que se sincretizaron desde tiempos de la colonia. Y varias cosas se han dicho de las múltiples creencias de países latinoamericanos y del continente africano, la singularidad de estos territorios, tan extraña para Europa, ha hecho un debate bastante amplio respecto a diversas prácticas, desde posturas que respetan la diversidad, pasando por una folclorización que hacen ver a estos territorios como habitad de cuentos de hadas o como paraisos en la tierra, hasta convertirlos en auténticos cuentos de terror, llenos de rituales de sangre, dolor animal y humano. Respecto a las creencias puede existir una insana aceptación y tolerancia del maltrato ejecutado por móviles supersticiosos. Bien o mal, cada quien puede creer lo que quiera si ello no esta en detrimento del otro. Se practica la santeria donde muchos objetos son dotados de cualidades mágicas que parecen dar solución a ese devenir casi “injusto” de la vida misma: otorga esperanza mediante promesas de prosperidad, de riqueza y hasta de desempeño sexual. El problema yace cuando el cuerpo humano es el que se dota de dichas cualidades. Los miedos mueven las partes más oscuras del hombre y lo vuelven un asesino delicioso y sanguinario, metódico y, posteriormente, organizado. Miedos que consumen a Malawi, Mozambique y Tanzania donde la caza también es humana y para algunos ya es casi un deporte. Se cazan ancianos, jóvenes, niños, no importa edad, sexo, lo único que importa es que sean albinos, quienes serán desprovistos de sus más preciadas posesiones: partes de su cuerpo. Es con ello que Bonface Ophyyah Massah tiene pesadillas desde que era niño. Sueña que su descanso es interrumpido, que le cercenan esos amuletos que son sus brazos y sus piernas, y que la vida se la arrebatan sin rastro alguno de afabilidad. Se le ha cazado incluso antes de nacer, cuandando era un tesoro en gestación dentro de su madre. Ophyyah Massah es un recipiente de vulneraciones que ha ido acumulando con el pasar de su vida. La madre de Ophyyah se ha enterado de que en su vientre yace un cuerpo albino y lo comenta a sus vecinas que, con la costumbre de seguridad que han desarrollado con años de tertulia, le comentan la decisión más acertada para con el bebé que viene irremediablemente en camino: “envenénalo”.
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