Por un lado, se come con gestos ridículos y mecánicos pretendiendo atiborrar a la boca de comida que a duras penas será masticada, no es para saborearla sino para estar ocupados en un placer efímero; por el otro, unos ojos cansados y ojerosos, una boca sedienta y un estómago que grama dolorosamente por la sensación de hambre que le posee; por ambos, la ansiedad y maltrato al cuerpo. Ya sea por colesterol, diabetes, falta de vitaminas y minerales, anemia, etcétera, esta presente el deseo de morir con el exceso o con la precariedad del alimento.
El deseo de no ser es ejecutado de una manera lenta y prolongada, la consumación no es inmediata y danza bajo el ritmo de la melancolía: un tempo grave. Solo el justo medio mantiene saludable al cuerpo, solo comer medidamente y de acuerdo a nuestras proporciones corporales puede tomarse como un anhelo de vivir, de lo contrario es un suicidio a cuenta gotas. Posiblemente un impulso inconsciente de dar rienda suelta a esa depresión colectiva que parece estar presente, desde la abulia que impide movernos, hasta la desesperación exacerbada por tener a los dientes laborando, nos haga caminar, como si se fuese en una procesión sepulcral, hacia ese maltrato que parece imperceptible a los ojos de los demás. Esta es la auto-destrucción del melancólico, porque la del desesperado sería la de colgarse, lanzarse de un edificio o la de dispararse en las sienes. ¿O quizás lo hagan así porque matarse de a pocos y ver pasar los años puede confundirse con una muerte natural? ¿será solo adelantar lo inevitable? ¿o tal vez es la irónica cobardía de no poder matarse tradicionalmente? Si estos interrogantes tuvieran respuestas afirmativas, se tendría que responder entonces: ¿por qué extender en el tiempo el sufrimiento y hacerlo más gravoso, ya que estar enfermo nunca será liviano, con cada plato que se come o se deja de comer?.Ver la comida solo como un insumo de supervivencia o un placer al paladar, cuando también es un arma, como una pistola o una soga, pero con efecto retardado.
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